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El día de reyes de este año ha venido marcado por la tristeza en la Calle Sevilla de mi pueblo, dos vecinos se nos han marchado en el mismo día:

Pablo, un vecino tranquilo al que recuerdo siempre con un saludo cordial cada vez que llegaba al pueblo, apoyado en el niva rojo viendo pasar las riadas de turistas que inundan una de las calles más visitadas del pueblo.

Fulgencio, «flugen» como llamaban los niños. El mejor aliado de los dentistas del pueblo, el kiosquero, un hombre con mucha paciencia para aguantar a niños indecisos que se paraban frente a la ventanilla del kiosco de lata: «y quiero un… un… esto…. y ahora…. y esto cuanto cuesta? y esto otro?». El responsable de que los niños subieran corriendo los domingos al salir de misa para comprar chucherias. Paradojas de la vida, se tenia que ir el día de reyes, el día de los niños.

Durante la campaña electoral escuché muchas veces al hoy presidente de la junta aquello de «en las ciudades se vive, en los pueblos se convive», tantas veces que formaba parte ya de las imitaciones nocturnas en casa de iñaki por parte de Alex. El día de reyes pude comprobar una vez más la razón que encierra esa frase. Llevo unos cuantos años ya viviendo en el mismo piso en Cáceres, un bloque en el que viven en cada planta (hay 7) casi tantas familias como en toda la calle Sevilla, en alguna ocasión me he encontrado en la puerta la esquela de algún vecino fallecido sin ser siquiera capaz de poner rostro al nombre que aparecía.