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Para mi el viernes santo suele ser un día especial cada año, no por religiosidad (ni mucho menos) sino por lo que personalmente significa ese día.

Un viernes santo de 1991, con 7 años, me puse los zapatos de los domingos, me calcé el traje y la gorra de plato y entre a formar parte de una gran familia de la que el exílio estudiantil me tiene apartado semanalmente, pero a la que acudo siempre que me llaman. Esa gran familia es la Banda de música de mi pueblo.

Desde que tengo memoria recuerdo ir a los ensayos de la banda de la mano de mi padre: primero encima del Hogar del Pensionista (hoy centro de día), después encima del consultorio médico (donde empecé a tocar) y ahora en el local que está junto a la cámara agraria local.

Muchas han sido las sensaciones que con la caja, la bateria o la trompeta he vivido en esta familia y muchos los recuerdos que voy acumulando.

Los momentos tristes (que de todo hay) corresponden a despedidas de grandes músicos:
Manolín: me hizo mi primer instrumento: unos platillos que eran el terror de las siestas de la calle Huertas del Hospital y alrededores.
Cristino nos dió grandes momentos en las comidas de Sta. Cecilia cuando le preparabamos los superpostres.
Santiago con su mf=muy fuerte y esa manera de tocar un instrumento casi tan grande como él.
Domingo con sus 90 años y acudiendo religiosamente a los ensayos, no se perdia una. Cuando íbamos por los pueblos demostraba aquello que siempre dijo: «mis tres grandes pasiones son: La música, las mujeres y las flores» aclarando después: «en ese orden». El día que lo despedimos no pudimos omitir la petición que siempre hizo de que le tocasemos un pasodoble al salir de la iglesia.
Tio Paco: se le echa mucho de menos, ya no se toman los vinos después del ensayo como antes, las santas cecilias no son iguales sin él y sus permanentes ganas de «cachondeo» son cosas que no recuperaremos. Se nos fué demasiado pronto, aquel día fué el más triste de estos 16 años en la banda.

Pese a los malos tratos e incomprensiones que algunos gobernantes han tenido en el pasado hacia la institución/asociación más antigua de la puebla (después de todo lo que supone el monasterio) la banda de Guadalupe va camino ya de cumplir los 100 años de historia. Somos una gran familia que disfrutamos tocando. Alguno nos ha llamado egoistas por no aceptar tratos denigrantes (un «tablao» de charanga en los toros o incumplimientos sistemáticos de subvenciones), puede que tengan razón y que seamos un poco egoistas, pero no por lo que ellos piensan: Nosotros disfrutamos más tocando que ellos escuchando, estoy seguro. A día de hoy las cosas funcionan bien, pero aun es necesaria una mayor implicación de las administraciones para que no sea tan dificil ser músico en un pueblo de 2500 habitantes a hora y media en coche del conservatorio más cercano.

Ya solo me quedan 9 años para unirme a los placaos.